Aristarco, de Alfonso Reyes

Reflexiones sobre

Aristarco o anatomía de la crítica,

de Alfonso Reyes

Introducción

A modo de círculo vicioso usaré el texto como pretexto para romper las normas que impiden hacerlo. De este modo, mi reflexión sobre el ensayo de Alfonso Reyes aprovechará las licencias del género y las propias apreciaciones del autor en el texto, para realizar un comentario bastante personal, basado principalmente en mis propias percepciones e impresiones sin ahogar mi lectura en un exceso de bibliografía. En cierto modo, me dispongo a hacer una crítica (impresionista y exegética, aunque pobre) a un texto que analiza, estudia y marca las pautas del fenómeno crítico, como una especie de examen que hiciera el alumno a su profesor.

No obstante, para situar al lector, esta misma introducción va a concluir con una reseña aclaratoria sobre Alfonso Reyes y Aristarco de Samotracia, breve, pues tiene una función principalmente de recordatorio y contextualizador:

  • Alfonso Reyes, escritor mexicano, fue uno de los fundadores del Ateneo de la Juventud. Este ensayo pertenece a La experiencia literaria (1942), conjunto de estudios sobre teoría de la literatura. Fue discípulo de Ortega y Gasset y tuvo una gran influencia en importantes escritores como Octavio Paz o Jorge Luis Borges, quien lo consideraba «El mejor prosista de habla hispana de todos los tiempos».

  • Aristarco de Samotracia (aprox. 215-143 a. C. ) fue un gramático y filólogo de la Escuela Alejandrina. Su nombre se utiliza por antonomasia para designar al crítico severo, por lo que lo elige Reyes para su Anatomía de la crítica. Fue el autor de la primera edición crítica históricamente relevante de los poemas homéricos y estableció el llamado Canon alejandrino.

La naturaleza de la crítica

Reyes estudia en primer lugar en su ensayo las relaciones entre crítica y creación, refiriéndose a la primera como «criatura paradójica» que, en general, la creación rehuye, odia y teme, hasta el punto de que Atenas, referente cultural de Occidente (y una de las referencias esenciales también de Reyes, junto con la literatura española y la germánica), matará a Sócrates, según Reyes, «porque inventó la crítica». Pero a pesar de esta repulsión de la crítica, ésta y poesía están intrínsecamente unidas y «son simultáneas», pues toda creación conlleva una poética. He ahí «la paradoja de la crítica» a la que se refiere Reyes.

El autor explica e ilustra esta unión con el ser humano: «El hombre es dos por lo menos», dirá, con lo que anticipa el importante tema de la otredad, que tan importante será en Paz y Borges, sobre quienes ejerce gran influencia. Es curioso, además, que emplee la metáfora del espejo, eterna obsesión de Borges, puerta de la ficción de Alicia. «Mientras uno vive, otro lo contempla vivir». «El hombre es el hombre y el espejo». «El hombre es una entidad múltiple y cambiante», que contiene en sí misma los polos opuestos, pues, en una realidad también cambiante, como diría Heráclito, es imposible el punto de referencia. Así, la crítica es para el creador «la conversación con el otro», de modo que crítica y creación se presentan como dos caras de una misma moneda que, llegado un momento, se separan, como explicará a continuación.

El origen del acto poético

En un primer momento el poeta surge como necesidad social, vate inspirado e instrumento. Es el momento de la inspiración, el éxtasis, la visita de las musas, la creación arrebatada, cuando el poeta escribe como sujeto genial, inconsciente aún de su propia obra, arrebatado. Pero, pasado el arrebato, llega la hora de la autoconsciencia, el «cisma del poeta y la tribu», propiciado por el desarrollo del sentimiento individual, la consciencia del poeta de que pudo hacerlo mejor y su afán estético. Es entonces cuando el poeta se aísla con su obra, que le pertenece plenamente, la observa y se maravilla de ella.

El segundo paso lo constituye la autocrítica, cuando el poeta, consciente, se entusiasma y duda. Está íntimamente unido al paso anterior, pues autoconsciencia y autocrítica aparecen inexorablemente imbricados. La duda es el germen de la crítica. Es «el cisma del poeta y la autocrítica», según lo llama el escritor mexicano.

Finalmente, como último paso, tras la contemplación de la obra (es el otro el que contempla), llega la enajenación, el diálogo, la crítica, separada ya de la creación, repartida.

Reyes concluye su explicación de este proceso constatando cómo en muchas ocasiones la crítica, sometida naturalmente a la creación, da un golpe de estado y usurpa los poderes a esta, pretendiendo entonces precederla, dominarla, censurarla. Se trata de una aberración, de un abuso de poder, excedida en sus funciones. Sin embargo, a pesar de estos errores, no siempre ocurre así. Normalmente, la crítica cumple su labor edificante y en armonía con la creación.

Escala crítica

La crítica tiene tres formas distintas de acercarse al poema, que suponen una escala de menor a mayor profundidad: la «escala crítica». Estas formas son la impresión, la exégesis (o análisis) y el juicio. Con ello, Alfonso Reyes se acerca al estudio de las categorías de la lectura, estableciendo una discriminación entre tipos de lector o de lectura, entre niveles de recepción de la obra literaria, en lo que se basa gran parte del aparato teórico de análisis del siglo XX, al menos en lo referente a la Estética de la recepción, con nombres como Booth, Jauss, Iser, Eco, etc., que hablan de un lector ideal, modelo,, implícito, etc. Dámaso Alonso realiza una discriminación de lectura similar a la de Reyes, en una primera lectura en que el texto atrapa al lector (¿impresión?), una segunda crítica y una tercera crítico-lingüística (¿exégesis?).

La impresión es la condición indispensable para la crítica. Se trata de la impresión general y humana que produce el texto en todo lector. No es, por tanto, exclusiva, sino universal, al alcance de un lector cualquiera. La postura crítica basada en la impresión se llama impresionismo. Esta opción crítica es frecuentemente rechazada por filólogos y literatos según denuncia y rebate el autor. Contra el rechazo de filólogos, Reyes esgrime que el poema busca la impresión, no el análisis; que un crítico que no se impresione no se comunica con la poesía y por tanto, sin amar nunca llegará a conocer; y que la impresión es botón de muestra y orientación de la labor filológica, especialmente a través de la recepción y aceptación del público, que le brinda objetos de estudio. Frente al rechazo de los literatos, que desprecian a los aficionados y le recriminan su esterilidad, el escritor mexicano acude al mundo griego, como en otras ocasiones (punto de referencia del grupo al que pertenece: el Ateneo de la Juventud), para ejemplificar con la opinión de los sofistas, que consideraban como un índice de dignidad humana el «aceptar, en serio, los engaños del arte» y añade que el arte no es un añadido o un complemento, sino parte de la vida; además, la crítica supone para Reyes creación, con un alto valor poemático (con lo que su supuesta esterilidad no es tal).

La exégesis o el análisis es ya una crítica limitada a especialistas, en el dominio de la filología. Acentúa el conocimiento, para poder amar. En ella predomina la función educativa o didáctica y tiene carácter de ciencia merced a los tres métodos por los que puede llevarse a cabo: históricos, psicológicos y estilísticos. Su mayor servicio es que fertiliza y renueva el goce estético (al proporcionar más conocimiento) y favorece la conservación.

El juicio «sitúa la obra en el saldo de las adquisiciones humanas», decide el lugar que le corresponde. Depende de la sensibilidad y es axiológico, ético, no aprendido, y por tanto al alcance de unos pocos.

Conclusión

Tras su «anatomía de la crítica», el autor concluye que la crítica, paradójicamente (y cerramos así el ciclo de nuestro análisis) aunque la creación la tema y la rehuya, es esencialmente buena, siempre y cuando no se corrompa, pues construye, enriquece, aumenta el deleite. Para ilustrar esto el autor ofrece tres ejemplos («Los tres relámpagos» los llama): el discurso, la golondrina y el halcón, donde enfrenta la lectura del lector ingenuo con la del lector crítico, más gozosa.

Alberto de Lucas Vicente

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