Rezar con Lope (y Camilo)

En mi última clase de Literatura antes de la pausa de Semana Santa, sin yo haberlo buscado, nos tocó comentar el conocido soneto de Lope «¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?». Se trata de un poema que viene al caso de estas fechas, encajando como anillo al dedo. Pero, además, se trata sin duda de uno de los grandes poemas de nuestra literatura y es, siendo universal, muestra clara de su tiempo.

¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?

¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?

¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,

que a mi puerta cubierto de rocío

pasas las noches del invierno escuras?

¡Oh cuánto fueron mis entrañas duras,

pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,

si de mi ingratitud el hielo frío

secó las llagas de tus plantas puras!

¡Cuántas veces el Ángel me decía:

«Alma, asómate agora a la ventana,

verás con cuánto amor llamar porfía»!

¡Y cuántas, hermosura soberana,

«Mañana le abriremos», respondía,

para lo mismo responder mañana!

El poema es una oración, un susurro dicho en la intimidad, una conversación entre el hombre y su creador y así hay que entenderlo. Habla un hombre que se sabe imperfecto, pecador y lleno de miserias. De acuerdo, Lope de Vega era conocido por sus innumerables escándalos, sus múltiples amoríos y su personalidad arrolladora y dominante, capaz de humillar a cualquiera que se interpusiese en su camino (como podrían atestiguar Cervantes o Góngora). Sin embargo, como todo poema (y como toda oración), no da voz solo al poeta que la escribió y cualquiera puede verse reconocido en ese manojo de meteduras de pata, malas decisiones y acciones de las que no nos sentimos orgullosos ‒ya se sabe, humanum est‒ que reflejan los versos de este soneto. Y ahí está la clave del poema: un ser humano que se sabe miserable, indigno del amor del que es objeto y, por ello, lleno de asombro y gratitud. Ambas emociones están perfectamente dibujadas ya desde la modalidad oracional escogida: las interrogaciones retóricas del primer cuarteto que, como tales, no esperan respuesta, a sabiendas de que la lógica no puede darla, van seguidas de oraciones exclamativas, sin que un solo verso escape a esta condición.

Estas emociones reflejan, además, la estructura general del poema, casi de glosa. Tras las preguntas iniciales, en las que se muestra la incomprensión ante el amor inmerecido, se muestran las causas: el sujeto poético se ha mostrado frío y distante ante un amor generoso, incondicional y perseverante. Parecen haberse trastocado los roles de la lírica cancioneril y petrarquista. Aunque, tanto en el poema como en la tradición poética a la que me refiero, la voz poética se muestra como inferior e indigna del ser amado, en este caso no es la otra parte (la amada en los poemas renacentistas) quien se muestra fría e inconmovible ni el sujeto poético el que persevera en su amor, a pesar de la indiferencia con que se encuentra, sino que se invierten los papeles y ese es el principal motivo del asombro y la novedad del caso, que desautomatiza un lenguaje que, en época de Lope, empezaba a estar algo gastado.

Toma, por tanto, el poema el lenguaje de la lírica amorosa petrarquista (unida a la tradición del amor cortés), que a su vez tomaba el lenguaje religioso para la divinización de la amada en una vuelta de tuerca, rizando más el rizo, haciendo triple salto con tirabuzón, al más puro estilo barroco. Esta reinterpretación ya había aparecido, como producto típico de su tiempo, en otros autores, en lo que se llamaban contrafacta (contrafactum, en singular) ‒el equivalente en nuestros días serían las melodías de The Beatles, The Everly Brothers o The Shadows, por ejemplo, cantadas por el coro de la parroquia con letra religiosa‒, siendo un ejemplo claro el Garcilaso a lo divino de Sebastián de Córdoba. Lo encontramos, incluso, en otros poemas de las Rimas Sacras del propio Lope, como en la reformulación del soneto garcilasiano «Cuando me paro a contemplar mi ’stado»:

Estas manifestaciones poéticas, hijas insignes de su tiempo, nacen en un momento de máxima confrontación ideológica y religiosa entre protestantes y católicos (Reforma y Contrarreforma), tras el Concilio de Trento. Y el soneto que nos ocupa enarbola la bandera de la Contrarreforma católica con las armas principales en esta contienda: la libertad del hombre, el amor infinito de Dios y el perdón, los puntos principales que alimentaron la controversia que produjo el cisma. Lope nos muestra a un Dios que no se cansa de llamar (“llamar porfía”), pero que deja siempre la libertad de elección. Se trata de la vocación universal e individual a la santidad, por la que cada uno es individualmente llamado, con empeño y libremente, y que puede hacer a cualquiera preguntarse “¿Por qué yo?” o, con Lope, “¿Qué tengo yo?”. No hablo de la vocación religiosa al sacerdocio o a una orden monacal, ni nada similar (aunque podrían caber las mismas preguntas), sino de la “simple” invitación a ir al cielo. Pero la cuestión es que no se nos llama por nuestros méritos, sino, quizás, a pesar de ellos. Las preguntas iniciales del soneto son también las preguntas del hijo pródigo, de la parábola evangélica, que sabe que no merece el perdón. Por eso es una de las claves del poema y por eso entronca directamente con el debate entre católicos y protestantes. Se nos muestra a un Dios expectante, deseando dar su amor y perdón a pesar de las iniquidades a las que lo sometamos.

Sin embargo, el poema muestra también una de las críticas más frecuentes (ya entonces, pero también hoy en día) hacia los católicos (algunos de ellos, naturalmente), que entienden de una manera peculiar el refrán de “A Dios rogando y con el mazo dando”, el de devotos de misa de domingo (si acaso) que son el mismo diablo el resto de la semana. O el resto de la vida. Porque esa crítica se extiende también a aquellos confiados en poder jugar siempre la última carta, la del arrepentimiento final, sabedores de que Dios está esperando para perdonarlos. En otras palabras, procrastinadores del arrepentimiento, dispuestos a todos los desmanes y confiados en el perdón final, que, en cualquier caso, siempre parece estar muy lejos. Esos personajes están perfectamente caricaturizados en un personaje universal creado por uno de los dramaturgos del círculo de Lope: el don Juan de Tirso de Molina, protagonista de El burlador de Sevilla con su coletilla, leit motiv de su vida, en la que reflejaba ese desprecio por la buena conducta ante la lejanía del momento clave y la posibilidad de salvarse igualmente: “¡Tan largo me lo fiáis!”. Pero Tirso, frente a otras versiones posteriores del personaje, como la de Zorrilla, hace que el personaje sea arrastrado directamente al infierno, arrebatándole esa última carta. De nuevo hay detrás una parábola evangélica; esta vez, la de las lámparas que han de mantenerse encendidas.

Y es que el “mañana le abriremos” (“para lo mismo responder mañana”) de nuestro soneto condensa perfectamente, aún hoy, el espíritu de nuestra sociedad y nos recuerda inevitablemente al “Vuelva usted mañana” de Larra, que dibujaría en este caso al sujeto poético (y al lector que hace suyo el poema) como un funcionario dispuesto a perderse en una burocracia voluntariamente hinchada.

Ante semejante panorama, es aún más notable la actitud perseverante de Jesús en el poema de Lope. Lejos de exasperarse, de rendirse o marcharse airado, sigue esperando, amoroso. Y de ahí surgen con fuerza las preguntas y el asombro inicial: “¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?”. ¿Cómo puedes seguir ahí después de la frialdad que te he mostrado?

Visto con perspectiva, esta reconstrucción del lenguaje amoroso supone una evolución lógica de la lírica amorosa petrarquista. Esta se situaba en un plano ideal, era un amor platónico (en el sentido actual de la expresión) que nunca llegaría a ser correspondido. Pero el Barroco, en muchos aspectos, es un baño de realidad, una cuerda que tira hacia el suelo al que pretende elevarse demasiado en lo etéreo. Esta visión supone, por tanto, el siguiente paso en esa relación amorosa: cuando el amor es correspondido, cuando se hace real. El enamorado idealiza a la amada (la “cristaliza”, diría Ortega y Gasset) y, cuando esta le corresponde, solo puede maravillarse. Y el asombro, la maravilla, es aún mayor cuando la consciencia de ese amor superior llega después y de forma inesperada (por no buscada e incluso inicialmente rechazada) y por ello aún más inmerecida, como nos muestra este poema.

Ese renovado lenguaje amoroso es el que ha llegado hasta nuestros días y nuestra cultura más popular (algo que habría gustado mucho a Lope de Vega). Me viene a la cabeza ‒por ese defecto profesional mío arrastrado de mis tiempos de docente en enseñanza secundaria, de buscar siempre paralelismos actuales a los grandes mensajes literarios‒ una canción de un artista que últimamente ha captado mi atención y gusto (contra todo pronóstico, superando ciertos prejuicios y una aversión grande que tenía hacia todo lo que sonara ligeramente cercano al reguetón), por sus letras amables, simpáticas, sencillas y alegres. Me refiero ahora a la canción Millones, de Camilo, cuyo estribillo (y buena parte del resto de la letra de la canción) podría considerarse una paráfrasis actual y cercana de los versos de Lope: “Del pecho me curaste lo que a mí me dolía / y me arreglaste el corazón sin dejarme una herida / Dime por qué te entregaste a quien no te merecía / ¿Por qué yo si en este mundo hay millones? / ¿Por qué yo si tienes tantas opciones? / Dime por qué conmigo, si no tiene sentido / Me gusta que cuando hablas de tu futuro estoy incluido / ¿Por qué yo si en este mundo hay millones? / ¿Por qué yo si tienes tantas opciones? / Dime por qué conmigo, si yo no te merezco / Porque al hombre perfecto yo ni un poquito me le parezco”:

Hasta tal punto es así que no costaría hacer de esta canción un contrafactum y convertirla en oración, como gustaba hacer a un santo de nuestro tiempo, de modo que, en esta Semana Santa, ante la tradición barroca que pervive en la actualidad de las procesiones, pueda orarse, frente a un trono escultórico, recitando entreverados los versos de Lope y Camilo: “¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?”, “¿Por qué yo, si en este mundo hay millones?”.

Comentarios 14

  • Magnifico análisis , geometría sentimental hecha palabra

  • ¡Enhorabuena, Alberto! A través del análisis literario del soneto de Lope, has conseguido hacernos reflexionar, meditar y que nos preguntemos en nuestro fuero interno qué tipo de cristianos queremos ser. Tus alumnos deben estar muy contentos de tener un profesor como tú.

    Un cordial saludo.

    • Muchas gracias, Alejandro. No sé si será la opinión de mis alumnos, pero intento hacerlo lo mejor posible. Estoy seguro de que los tuyos te tienen en altísima estima. Un abrazo, amigo.

  • Un modelo, Alberto, de lo que debería ser el análisis literario. Suerte que tienen tus alumnos. El texto no podía ser más oportuno, no solo por la inminente Semana Santa; también por el enlace con la vida que has sabido darle. Nadie para ello como el autor del soneto: “Lope chorrea vida y vida canta” (Dámaso Alonso). Y Carmen…

  • ¡Muchas gracias Alberto por este trabajo tan interesante de este Soneto de Lope de Vega!
    Nos podría servir para hacer un análisis en el caso de un enunciado de examen futuro…
    ¡Enhorabuena! Y felices Pascuas!

  • Apreciado Alberto
    Te felicito por este artículo tan trabajado y que viene muy bien leer y analizar en este tiempo de Cuaresma.

  • Precioso artículo. Felicidades y gracias.
    No sé, pero sin necesidad de pedir opinión a Sherlock Holmes o a la bruja Lola, me atrevo a asegurar sin titubeo alguno, que este soneto maravilloso cae en el examen.
    P.D.: No vale cambiarlo.
    Un abrazo.

  • Vengo del curso que das en la Unir, porque nos recomendaste esta entrada en clase, me ha encantado. Da alegría pensar que después del curso, tendré la posibilidad de seguir aprendiendo contigo. ¡Un abrazo!

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