Un debate abortado
Hoy me toca retomar un tema del que hacía tiempo que no hablaba en este blog, pero que la actualidad, tanto nacional como internacional, ha vuelto a destacar. Me refiero, sí, al debate en torno al aborto.
Para quienes nos dedicamos profesionalmente a analizar los debates sociales en los medios de comunicación, lo que ocurre con este tema tan recurrente podría resultar, incluso, gracioso, de no ser por la gravedad de la cuestión tratada. Me explico. Las posturas enfrentadas están muy claras: a favor o en contra del aborto. Es cierto, hay un tercer grupo en discordia, en la práctica minoritario y al que se oponen los dos anteriores: quienes están a favor del aborto solo en determinadas circunstancias. De ellos hablaremos más adelante. Dejándolos de momento a un lado, como decía, las dos posturas están claramente enfrentadas y parecen difícilmente reconciliables, pero ‒y he aquí lo que podría ser gracioso, en otro contexto‒ la realidad es que no hay debate (si lo entendemos como confrontación de argumentos). Para entender esta última afirmación, voy a resumir los argumentos esgrimidos por cada bando en esta contienda.
Por una parte, quienes están a favor del aborto defienden que es un derecho de la mujer, que sus opositores quieren limitar a esta sus derechos, que la mujer debe poder decidir libremente qué hacer con su cuerpo, que se trata de una opción personal e íntima y que cualquier mujer debe poder tomar esta decisión, pues la ausencia de esta opción implicaría la ausencia de libertad. Que quienes se oponen son solo retrógrados que se oponen al progreso y a las libertades, especialmente de las mujeres. Por esta razón, históricamente (en la historia reciente, en realidad) esta opción la defiende un grupo mayoritario (al menos en cuanto a su visibilidad) del feminismo.
Por otra parte, la inmensa mayoría de quienes se oponen al aborto ‒entre quienes me incluyo‒ afirman que lo dicho arriba es, en su gran mayoría, cierto. De ahí la ausencia de debate real: de acuerdo con que el cuerpo de la mujer es suyo. De acuerdo con que debe tener los mismos derechos que el hombre y que este no debe poder decidir sobre ella. De acuerdo con que no se debería legislar sobre una opción que solo te atañe a ti con tu propio cuerpo (si mantenemos la existencia de Dios fuera del debate, para debatir todos desde la misma base). Nadie, creo, plantearía que se prohibiera por ley la masturbación, por ejemplo, sea cual sea la consideración moral que tenga sobre ella.
Fin del debate, entonces, podríamos decir. Y sí, así es. Fin del debate como debate. Porque en la mayoría de los argumentos de los proaborto, en los argumentos reales ‒y no falacias argumentativas como la descalificación del contrario (retrógrado, machista, fanático religioso) o atribución de malas intenciones (limitar los derechos de la mujer para someterla), que podemos englobar en lo que en retórica se denomina argumento ad hominem‒, los provida están de acuerdo. Sin embargo, el argumento principal de los provida, que es que el embrión (cualquiera que sea la fase de su formación, no se hace aquí distinción) es un ser humano y, como tal, debe tener los mismos derechos y la misma dignidad que cualquier otro, incluido el fundamental derecho a la vida, este argumento, insisto, no se debate. Compruébenlo, ahora que el tema ha estado candente, revisando los artículos de opinión y noticias sobre el tema, los discursos políticos, las manifestaciones en redes sociales y medios de comunicación de cualquier índole. Y esto lleva mucho tiempo siendo así. Esta objeción a debatir sobre una cuestión tan destacada, en la plaza pública, aquella a la que accede la mayoría del pueblo, es, como mínimo, sospechosa.
Hagamos un inciso antes de continuar. Es importante para que no se nos tache de ingenuos o de ocultar información y jugar, por tanto, con falacias similares a las que criticamos en la postura contraria. No podemos negar que, entre quienes se oponen al aborto, haya quizás unos cuantos (pocos, creo) cuya motivación principal sea mantener un statu quo de sometimiento de la mujer al varón, que quieran limitar los derechos de esta por considerarla inferior o que solo lo defiendan por tratarse de un imperativo religioso o un dogma de fe, sin mayor reflexión en sus implicaciones; o que haya algunos que claman al cielo por la muerte del embrión pero no darían un duro por defender la vida de un niño hambriento, especialmente si es de otro país u otra raza, por defender la vida de una mujer, un homosexual o un transexual o el vecino de ideología contraria. También podría ser, aunque es difícil demostrarlo, que una mayoría de quienes se oponen al aborto se identifiquen con el perfil de “católico conservador”. Sin embargo, todo esto no puede desviarnos de lo importante: aunque todo fuera cierto, incluso en el disparatado caso de que todo lo dicho en conjunto se pudiera aplicar a la totalidad de los opositores al aborto, no implicaría un contraargumento válido. Es la base de la falacia antes citada (argumento ad hominem): por muy negativo que sea un rasgo de la persona o grupo que defiende una idea, nunca invalida por sí mismo dicho argumento o idea. Que Hitler opinase que el chocolate esté rico ‒lo ignoro, pero es una suposición plausible‒ no implica que no lo esté. Y eso que soy uno de los pocos raros a los que no les gusta el sabor del chocolate.
Volvamos, por tanto, al argumento que, de momento, no ha sido rebatido. Si el embrión es un ser humano, debe estar protegido por la Declaración Universal de Derechos Humanos y tiene, en consecuencia, derecho a la vida. Si el embrión es un ser humano, no forma parte del cuerpo de su madre, aunque se albergue en él y ello tenga indudables repercusiones sobre él (algunas, en casos muy concretos, de extrema gravedad para la salud de la madre). Si esto es válido, aunque efectivamente estemos de acuerdo con el derecho y la libertad de la mujer de decidir sobre su cuerpo, en la confrontación de dos derechos fundamentales, debe primar uno y, en este caso, el menos lesivo, el que sustenta a los demás, es el derecho a la vida. Entre que un humano pierda una mano y otro pierda la vida, creo que la elección, aunque pudiera resultar difícil o dolorosa (es innegable), también es clara. Pero ningún argumento es válido por el mero hecho de enunciarlo y también es una falacia defender la ausencia (conocida o pública) de objeción como garantía de validez. Sometámoslo, por tanto a consideración.
Dejemos a un lado la evidencia científica de que, desde el momento de la concepción, el material genético del embrión es distinto al de su madre, lo que ya sería demostración suficiente de su individualidad y su condición ajena al cuerpo de la madre. Planteemos la cuestión de otra manera. ¿Qué hace que un ser humano lo sea? Resulta especialmente difícil contestar a ello, pero es esencial para determinar que un feto no lo es y podemos deshacernos de él. ¿Que no tenga piernas, manos, dedos o todos los órganos es razón suficiente para descartar su humanidad (a pesar de que la mayoría de leyes de plazos permiten el aborto cuando el embrión ya está bastante formado)? Preguntemos a todos aquellos que han nacido sin alguno de estos miembros u órganos o cuya funcionalidad sea nula o reducida. Preguntemos también a quienes han perdido alguna de estas partes del cuerpo si les parece que son menos humanos que el resto. Si hablamos de fases de formación, la de cualquier humano no se completa hasta llegar a la edad adulta, con lo que todo aquel al que aún no le han salido las muelas del juicio sería un humano de segunda. ¿Y si lo ciframos en su independencia, en su capacidad para sobrevivir por sí mismo? Prueben ustedes a dejar en plena naturaleza a un bebé recién nacido (y obviemos como posibilidad el amamantamiento de una loba/osa/mona). Prueben, incluso, a dejar en esas condiciones a un niño de bastante más edad. Salvo unos pocos espartanos, los demás nos podríamos haber considerado desprovistos de humanidad en tal caso. ¿Son eliminables los niños, por ser menos humanos? ¿Y qué hay del resto de personas dependientes? ¿Qué hay de todos aquellos que precisan de una ayuda (humana o artificial: desde una máquina para respirar hasta un marcapasos) para sobrevivir? Algo parecido ocurrirá si ciframos la humanidad en la propia consciencia o el raciocinio. Despojaríamos de humanidad a los bebés hasta cierta edad y a muchas personas que tienen mermadas sus capacidades mentales. No olvidemos, además, aunque el siglo XX cada vez esté menos reciente, los peligros de establecer grados de humanidad, o de cifrar la humanidad (y negársela, por tanto, a un notable número de individuos) en estas cuestiones; o de legitimar la eliminación del que se considere más débil o inferior o una carga para la sociedad. Busquemos, pues, otra razón.
Vamos a establecer como válida, inicialmente, la hipótesis de que la vida empieza solo una vez se está fuera de la madre. Validemos, de momento, que el interior del cuerpo de la madre es ajeno a la vida, a la realidad, al mundo. Teniendo en cuenta la diferencia en el tiempo de gestación entre los partos de muchas mujeres, teniendo en cuenta que hay bebés que, con ayuda de incubadoras, en muchos casos, sobreviven tras apenas unos meses dentro del cuerpo de la madre, esta medida se antoja algo arbitraria. Especialmente si partimos de la posibilidad de que, salvo que se adelante el parto, este puede ser programado y es un médico quien, en muchos casos, por razones que no carecen de justificación, obviamente, pero que no las hacen incuestionables, decide en qué momento nace un bebé (¿El médico es quien lo dota de humanidad? Ya estoy viendo un meme con los dedos casi tocándose, cual el fresco de la Capilla Sixtina). Además, si lo pensamos algo mejor, el hecho de convertir la vagina de la mujer en una especie de túnel mágico que confiere humanidad a quien pasa por él resiste poco el escrutinio de la lógica. ¿Y qué ocurre en el caso de las cesáreas? ¿El bebé no es humano por no salir por la vagina (siento lo escatológico, pero se hace necesario)? ¿Una vez se ha abierto la barriga y el útero de la madre para sacar al niño, este sigue careciendo de humanidad hasta que lo saquen, aunque ya lo haya tocado el aire del exterior, aunque ya haya visto la luz? ¿Todavía, entonces, podríamos matarlo? ¿Todavía forma parte del cuerpo de la mujer? De acuerdo, sería una forma más cara de practicar un aborto, pero, ¿sería válida? ¿O es cortar el cordón umbilical lo que separa a dos individuos como seres humanos? ¿Todo se reduce a nuestro ombligo? ¿A cómo recibimos el sustento vital?
Recuerdo un meme visto en redes sociales en el que aparecían la imagen de un huevo y la de un pollito, con una leyenda similar a “Esto no es un pollo, esto sí. ¿Suficientemente claro?”. No voy a negar que me pareció ingenioso, además de uno de los pocos casos en los que, con humor, se debatía sobre la verdadera raíz del problema. Pero ello no lo hace irrefutable. Partiendo de que no todos los huevos están fecundados, podemos añadir que la distinta denominación no hace que haya una realidad distinta. En un huevo fecundado hay, de hecho, un pollito, lo llamemos así o no. Además, la analogía animal es un arma de doble filo. Que se lo pregunten a los canguros y otros marsupiales, que salen del útero al marsupio para una segunda “cocción”.
Pero pasemos ahora a ese tercer grupo en discordia, que dejamos apartado al principio de esta entrada: aquellos que aceptan el aborto solo en determinados supuestos. Decía que este grupo enfrenta la oposición de ambos polos: proaborto y provida. Unos, porque, si no es basado en la humanidad del embrión, no tienen fundamento ninguno para limitar este “derecho de la mujer”; otros, porque si reconocen esa humanidad, no hay supuesto que valga para justificar la eliminación de una vida humana.
Como se ve, el debate es mucho más rico de lo que puede parecer a partir del discurso mediático mayoritario o mainstream, que se dice ahora. Sin embargo, ante la ausencia de argumentos frente a la condición humana del feto (o embrión o cigoto o cualquiera que sea la fase de formación, teniendo en cuenta lo expuesto) y su derecho a la vida, sentimos a menudo que peleamos contra una pared, a cuyos cimientos en ningún momento nos oponemos, pero que nos ignora (salvo, quizás, para ofrecernos su desprecio, insultos, descalificaciones y ataques de toda índole). Pero no pretendo ahora victimizar mi postura, sino abogar por el debate, que me parece esencial en cualquier sociedad democrática, especialmente si se trata de decidir sobre cuestiones de cierto calado. Seamos, por favor, razonables.
Esto es lo más lúcido (aparte de magníficamente bien escrito) que he leído sobre el aborto. Lo releeré una y otra vez para afianzar el argumentario en defensa de la vida, en una época de pereza mental contagiosa, en la que, como afirma Habermas, van quedando pocas personas a las que llegar con argumentos. Gracias, Alberto
Muchas gracias. A pesar de la resistencia, es un bonito empeño este de dar argumentos y sentido a los debates.